martes, 20 de enero de 2009

JUAN PABLO DUARTE, MITO O PATRIOTISMO ABNEGADO?


Un elemento de discusión en los estudiosos del pensamiento y la vida del patricio es lo referido “al mito del patricio”.

La tesis más socorrida y combatida al mismo tiempo es la de Joaquín Balaguer, en su obra “El Cristo de la Libertad”.

El hecho mismo de que el autor haya sido un personaje que despierta tanto odio, rechazo y pasión como Balaguer es lo que ha generado, por vía de consecuencia el rechazo y/o la discusión al respecto.

En su obra este autor señala los elementos, que en su consideración revisten al patricio de tal virtud y precisa “La sensibilidad excesiva se encuentra en Duarte y en sus hermanos combinada con una incontenible tendencia al misticismo”.

“El Padre de la Patria nació con vocación para santo. Los veinte años que pasó recluido en el desierto como un monje en su celda, el calor apostólico que puso en sus palabras y en sus actos, su imperio sobre sí y sobre sus apetitos más naturales; su desprecio por el poder, pasión de demagogo vulgar o de político ambicioso; su sentido abnegado del patriotismo...”. Ver obra, pag.207). (El autor, Joaquín Balaguer, con su ambición de poder eterno y a cualquier precio se retrata de cuerpo entero como un vulgar demagogo y político ambicioso, en su propia definición).

Este autor describe la vida del Patricio en sus 17 años en la Selva del Río Negro (no se porqué habla de desierto, quizás buscando un parangón bíblico) y dice: “Son pocas las figuras del santoral católico que pueden exhibir una abnegación semejante”. Para Joaquín Balaguer el patricio Juan Pablo Duarte fue un santo, “dos actitudes más pueden aún señalarse como testimonio de que el Padre de la Patria fue un místico en quien el sentimiento de algo superior se manifiesta de un modo extraordinario: su espíritu de resignación y la fuerza que puso en sus resoluciones”. Pags. 208 y 209. obra citada.

Santo Domingo es un pueblo de pasiones y de sentimientos, de fuego y de rebeldías, en todo pone el máximo de energía e inspiración, y siendo Balaguer una figura tan polémica en el país, con una historia vinculada a los actos sanguinarios desde el poder, es dable que sus ideas generen toda la reserva del mundo; además, la palabra (hablada y escrita) en él fue siempre un instrumento para la justificación, el engaño y la perpetuidad del poder, como “demagogo vulgar y político ambicioso” que era.

Esto último es lo que lleva a muchos revolucionarios, sin estudiar a fondo el pensamiento de Duarte y habiendo asumido desde la adolescencia el marxismo (y con él el ateísmo) como fuente esencial para hacer política y estudiar la sociedad y sus conflictos, a ver a Juan Pablo Duarte como lo que no era y no como lo que realmente fue y es, prócer de pensamiento vivo y actual, de vida abnegada, patriota a toda prueba, apóstol de la libertad y por tanto sin ambición de poder, como hombre trascendente y colocado por encima de las nimiedades de la vida y del poder. (Y en esto me aventuro, es una forma de ser antibalaguerista; y yo lo fui, lo soy y lo seré en tanto representa el crimen y el servilismo).

Pero esta visión mística de Juan Pablo Duarte la inicia su hermana Rosa Duarte, sigue con Emiliano Tejera, Pedro Troncoso Sánchez, entre otros, aunque su mayor exponente fue Joaquín Balaguer.

Juan Isidro Jiménez Grullón, una de las personalidades de más sólida formación intelectual dominicanas del siglo XX, marxista y estudioso duartiano, por momento critica esta visión y precisamente se la adjudica a los ya mencionados (Tejera, Troncoso Sánchez y Balaguer), señalando en su estudio sobre el pensamiento revolucionario de Juan Pablo Duarte, que “Al falsear la realidad, todos estos autores han contribuido a presentar a un Duarte que cae dentro de lo mítico”.

Este autor (J. G.) profundiza en el estudio de los apologistas del patricio y llega a hablar “de la novelística duartiana” y del “novelón” de Troncoso Sánchez. Sin embargo, cuando cita a Duarte, en referencia a la carta que éste dirigiera a Félix María del Monte, en fecha 2 de mayo de 1865, dice: “una carta histórica en la cual lanza duros dicterios contra los traidores a la patria, y, no obstante, su desgarramiento anímico, reitera su fe en la providencia. En la misiva se pregunta: “Qué más se quiere del patriota? ¿Se quiere que muera lejos de su patria, él, que no pensó sino en rescatarla? ... Pues no, no... el buen dominicano tiene hambre y sed de justicia ha largo tiempo, y si el mundo se la negare, Dios, que es la suma bondad, sabrá hacerla cumplida y no muy dilatado, y entonces, ¡ay de los que tuvieron oídos para oír y no oyeron, de los que tuvieron ojos para ver y no vieron...la eternidad de nuestra idea¡ Porque ellos habrán de oír y habrán de ver entonces lo que no hubieran querido oír ni ver jamás¡” Con tales palabras habló, evidentemente, su trasfondo místico. Pero hay en ellas algo significativo: el prócer habla de buenos y malos dominicanos”.

Ahí está, el propio Juan Isidro Jiménez Grullón habla del “trasfondo místico” en las palabras de Duarte.

Con esto no necesariamente me inscribo en la lista de quienes sustentan dicha tesis, solo quiero situarla en su contexto, citando las fuentes para quienes tengan interés de ir a ella, hacer su lectura directamente y así formar su propio criterio al respecto.

Es en esta línea de pensamiento que el señor José Miguel Soto Jiménez publica un artículo en el Listín Diario, el 15 de enero del 2009, en el que siguiendo a pies juntillas el pensamiento de Jiménez Grullón (en el libro citado) dice: “Duarte como esos hombres pueblos, “carne de su carne y sangre de su sangre”, síntesis de la naturaleza de la sociedad donde nació, tiene que parecerse necesariamente a nosotros mismos. Todo lo demás es literatura. Es de su condición de hombre común de donde tiene que partir su trascendencia”.

Y sin embargo, sigue Soto Jiménez, en el mismo artículo: “...el proyecto de redención cristiana, no está cimentado en la sublimidad de la divinidad, sino en el descenso de la misma a la materia vulgar. La deidad que nace y se hace hombre, con todo lo que esto implica. Es ese momento en que Dios y los mortales recrean su semejanza en virtud al sacrificio y el ejemplo. La divinización de Duarte, más que un objeto de veneración, y devoción cívica, ha sido una articulación para lograr nuestra sumisión y conformismo”.

Definitivamente se entrecruzan las ideas de unos y otros, pues Duarte es revelación, devoción y convocatoria a movilizarnos como un camino de redención por y para la patria herida por “los malos dominicanos”.

De ahí que Soto Jiménez, siguiendo siempre el pensamiento de Jiménez Grullón, agrega: “Déspotas y elites dominantes, nos han escondido bajo el argumento de la exaltación al verdadero Duarte. Al hombre integral de carne y hueso”. (Me pregunto al margen, acaso no es el señor General Soto Jiménez parte integral de esa élite de poder, en tanto fue Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas durante cuatro años?).

El mismo Juan Isidro Jiménez Grullón, al concluir su trabajo (que fue en realidad una conferencia dictada en la ciudad de Santo Domingo), dice y esto es lo revelador, actual y trascendente de su visión de la nación, de la política y del pensamiento de Duarte, lo siguiente:

“...la crisis actual del capitalismo ha hecho añicos los sueños de los neo-liberales. Pero el capitalismo no se suicida...Amenazado de muerte, ha acentuado, con el apoyo de las burguesías de los países neocoloniales, su derivación imperialista. Nuestra República, al igual que las demás neo-colonias, es víctima de dicha acentuación. Frente a esta tragedia no hay otro camino que luchar a brazo partido por la liberación nacional, como primer paso hacia el establecimiento de una Patria Socialista. Ello hace ver que del ideario de Duarte algo tiene aún vigencia: su nacionalismo radical, su anticolonialismo. Pregonémoslo con fervor, convirtiendo en bandera de la lucha inmediata! Procedamos así conscientes de que los errores del insigne Prócer respondieron a su momento histórico y de que la pureza de su vida brinda ejemplo a los que hoy riegan la simiente del futuro”.

Esa es mi apuesta, mito aparte, Juan Pablo Duarte es la bandera que nos señala el norte de redención de la patria. Lo que debe hacerse a partir de su ejemplo: ideario y vida consagrada a la Santa Causa, abnegación y pureza, desprendimiento absoluto de las cosas materiales.