Por Alfonso Torres Ulloa
En el poeta siempre vive la naturaleza, vibra la patria, canta el amor, procura la carne, siente la humanidad y entona un himno solemne por la alegría. Así es Mario Benedetti, hijo de América, nacido en Uruguay en 1920.
La producción poética de Benedetti no puede ser encasillada, ella vuela alto y sin fronteras, atraviesa los más diversos sentimientos humanos, la naturaleza, la justicia, la solidaridad, el amor, toda ella es un canto de decoro; es poesía transparente, limpia como la inocencia de un niño.
El poeta lo canta todo: “Cuando éramos niños/ los viejos tenían como treinta/ un charco era un océano/ la muerte lisa y llana, no existía”. Así de nostálgico canta la vida, se sumerge en los recuerdos infantiles, pero él crece en sus propios recuerdos y canta: “luego cuando muchachos/ los viejos eran gente de cuarenta/ un estanque era un océano/ la muerte solamente, una palabra”. Y sonríe el poeta al recuerdo de las dulces travesuras, sabiéndose humano y dueño de la nostalgia.
Y nos lleva en su historia, en su vida y gustosos nos dejamos arrastrar por la corriente maravillosa de su decir: “ya cuando nos casamos/ los ancianos estaban en cincuenta/ un lago era un océano/ la muerte era la muerte de los otros”. Y en ese decir nos lleva silenciosamente a despertar y canta: “ahora veteranos/ ya le dimos alcance a la verdad/ el océano es por fin el océano/ pero la muerte empieza a ser la nuestra”. ¡Ese es Benedetti!
Del pequeño Uruguay es el gran poeta Benedetti, que por su trascendencia poética y la calidad de su literatura ha devenido en ser un hombre universal, como Neruda o Vallejo o nuestro Manuel del Cabral. La voz de Benedetti llega lejos porque canta desde la trivialidad del amor a la necesidad de justicia social, clama por la igualdad, se sitúa en una playa para defender la dignidad de nuestros pueblos; él habita el mundo desde una perspectiva de compromiso.
Pero cuando vine a teclear lo hice para compartir un poema de Benedetti que lleva por título Historia de Vampiros:
Era un vampiro que sorbía agua/ por las noches y por las madrugadas
al mediodía y en la cena/ era abstemio de sangre
y por eso el bochorno/ de los otros vampiros/ y de las vampiresas
contra viento y marea se propuso/ fundar una bandada/ de vampiros anónimos
hizo campaña bajo la menguante/ bajo la llena y la creciente
sus modestas pancartas proclamaban/ vampiros beban agua/ la sangre trae cáncer
es claro los quirópteros/ reunidos en su ágora de sombras/ opinaron que eso era inaudito
aquel loco aquel alucinado/ podía convencer a los vampiros flojos
esos que liban boldo tras la sangre
de modo que una noche/ con nubes de tormenta/ cinco vampiros fuertes
sedientos de hematíes plaquetas leucocitos/ rodearon al chiflado al insurrecto
y acabaron con él y su imprudencia
cuando por fin la luna/ pudo asomarse vio allá abajo
el pobre cuerpo del vampiro anónimo/ con cinco heridas que manaban
formando un gran charco de agua
lo que no pudo ver la luna/ fue que los cinco ejecutores
se refugiaban en un árbol/ y a su pesar reconocían
que aquello no sabía mal
desde esa noche que fue histórica/ ni los vampiros ni las vampiresas
chupan más sangre resolvieron/ por unanimidad pasarse al agua
como suele ocurrir en estos casos/ el singular vampiro anónimo
es venerado como un mártir.
En el poeta siempre vive la naturaleza, vibra la patria, canta el amor, procura la carne, siente la humanidad y entona un himno solemne por la alegría. Así es Mario Benedetti, hijo de América, nacido en Uruguay en 1920.
La producción poética de Benedetti no puede ser encasillada, ella vuela alto y sin fronteras, atraviesa los más diversos sentimientos humanos, la naturaleza, la justicia, la solidaridad, el amor, toda ella es un canto de decoro; es poesía transparente, limpia como la inocencia de un niño.
El poeta lo canta todo: “Cuando éramos niños/ los viejos tenían como treinta/ un charco era un océano/ la muerte lisa y llana, no existía”. Así de nostálgico canta la vida, se sumerge en los recuerdos infantiles, pero él crece en sus propios recuerdos y canta: “luego cuando muchachos/ los viejos eran gente de cuarenta/ un estanque era un océano/ la muerte solamente, una palabra”. Y sonríe el poeta al recuerdo de las dulces travesuras, sabiéndose humano y dueño de la nostalgia.
Y nos lleva en su historia, en su vida y gustosos nos dejamos arrastrar por la corriente maravillosa de su decir: “ya cuando nos casamos/ los ancianos estaban en cincuenta/ un lago era un océano/ la muerte era la muerte de los otros”. Y en ese decir nos lleva silenciosamente a despertar y canta: “ahora veteranos/ ya le dimos alcance a la verdad/ el océano es por fin el océano/ pero la muerte empieza a ser la nuestra”. ¡Ese es Benedetti!
Del pequeño Uruguay es el gran poeta Benedetti, que por su trascendencia poética y la calidad de su literatura ha devenido en ser un hombre universal, como Neruda o Vallejo o nuestro Manuel del Cabral. La voz de Benedetti llega lejos porque canta desde la trivialidad del amor a la necesidad de justicia social, clama por la igualdad, se sitúa en una playa para defender la dignidad de nuestros pueblos; él habita el mundo desde una perspectiva de compromiso.
Pero cuando vine a teclear lo hice para compartir un poema de Benedetti que lleva por título Historia de Vampiros:
Era un vampiro que sorbía agua/ por las noches y por las madrugadas
al mediodía y en la cena/ era abstemio de sangre
y por eso el bochorno/ de los otros vampiros/ y de las vampiresas
contra viento y marea se propuso/ fundar una bandada/ de vampiros anónimos
hizo campaña bajo la menguante/ bajo la llena y la creciente
sus modestas pancartas proclamaban/ vampiros beban agua/ la sangre trae cáncer
es claro los quirópteros/ reunidos en su ágora de sombras/ opinaron que eso era inaudito
aquel loco aquel alucinado/ podía convencer a los vampiros flojos
esos que liban boldo tras la sangre
de modo que una noche/ con nubes de tormenta/ cinco vampiros fuertes
sedientos de hematíes plaquetas leucocitos/ rodearon al chiflado al insurrecto
y acabaron con él y su imprudencia
cuando por fin la luna/ pudo asomarse vio allá abajo
el pobre cuerpo del vampiro anónimo/ con cinco heridas que manaban
formando un gran charco de agua
lo que no pudo ver la luna/ fue que los cinco ejecutores
se refugiaban en un árbol/ y a su pesar reconocían
que aquello no sabía mal
desde esa noche que fue histórica/ ni los vampiros ni las vampiresas
chupan más sangre resolvieron/ por unanimidad pasarse al agua
como suele ocurrir en estos casos/ el singular vampiro anónimo
es venerado como un mártir.
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